Permiso para sentir

«¿Cómo estás?». La respuesta a esta sencilla pregunta, que normalmente respondemos sin pensar demasiado con un «bien», un «muy bien» o con un «tirando», podría ser la llave de nuestro bienestar. Aunque para ello tendríamos que empezar a respondérnosla con sinceridad y algo más de precisión, a riesgo de sorprender a nuestros interlocutores.
Todo lo que sentimos está directamente relacionado con nuestras emociones, así que sin darnos mucha cuenta de ello, éstas pueden condicionar nuestro día a día, influir en la manera en que respondemos a los retos que vamos encontrando, en nuestras relaciones e incluso en la forma en que vemos el mundo. Las emociones son ventajas adaptativas de las que nos ha dotado la naturaleza. Pero, ¿les prestamos la atención necesaria? ¿O más bien las consideramos, sobre todo a algunas, como debilidades o molestias que debemos esconder o ahuyentar lo antes posible?
Seguro que alguna vez lo has presenciado en un parque infantil o en cualquier otro lugar al que acudan niños con regularidad: un pequeño llora y la respuesta de consuelo más habitual por parte de los adultos que lo acompañan suele ser decirle que “no pasa nada”, que “no es para tanto” o que no llore. Tal vez nosotros mismos hemos usado alguna vez con nuestros hijos frases como: “Si me lo dices llorando no te entiendo”. ¿Podría esta forma bienintencionada de consolar a los niños condicionarnos de adultos para que lleguemos a reprimir o a prohibirnos ciertas emociones?
Según la psicóloga Mercè Conangla, creadora del Máster de Ecología Emocional y coautora de La fuerza de la gravitación emocional: “Nos explicaron que consolar era eso, pero ahora ya sabemos lo suficiente como para empezar a mejorar el acompañamiento de estas emociones”. 
Puedes leer aquí el texto completo del artículo, publicado originalmente en La Vanguardia el 2/6/18.


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