La plaga


Hace unos días, dando un paseo en bicicleta, me crucé con la "procesión" que veis en la foto. Las orugas atravesaban el carril bici por el que yo circulaba y, al verlas, me detuve instintivamente. Era Jueves Santo, y me hizo gracia pensar que me había topado con la primera procesión de las vacaciones. No se ven muchas donde vivo yo.

Bajé de la bici, la apoyé contra un árbol y me agaché para observar mejor. Procesionarias. ¡Puaj! Estos bichos se cargan los pinos y producen urticaria. El Ayuntamiento debería fumigar esta zona sin falta, me dije. Me acerqué todavía un poco más para mirarlas, todas agarraditas entre sí formando una larga fila, como si fueran una única entidad, e inmediatamente me vino a la mente la historia de las orugas malvadas que narra Sergi Torres en su libro ¿Me acompañas? Una historia que en su día me hizo pensar tanto y me hizo sentir tantas cosas que le pedí permiso para incluirla en Lo que sucedió cuando me rompiste el corazón. ¿La conocéis? Os la resumo aquí y os recomiendo que la busquéis en su libro, que es una pequeña maravilla:

Resulta que Sergi tenía un jardín en el que crecían unas rosas preciosas. Un día, mientras las cuidaba, se dio cuenta de que en los rosales habían aparecido unas orugas con pinta llamativa y amenazadora, a su juicio, que se estaban comiendo las maravillosas flores. Y reaccionó. En primer lugar con miedo. Sentía que las orugas eran una amenaza para la belleza de las flores, del jardín. Luego, decidió observar su miedo y su disgusto, simplemente, y no hacer absolutamente nada con ellos. Ni con las orugas. Los insectos acabaron por comerse todas las hojas y las flores del rosal. Y Sergi lo observaba cada día, sin intervenir. Luego, un buen día, las orugas desaparecieron. Los rosales empezaron a recuperarse poco a poco y al cabo de unas semanas volvieron a florecer. Y lo que apareció entonces, junto a las flores, fueron unas preciosas mariposas que embellecieron aún más el jardín con sus bellas alas coloridas. Al final de la historia, Sergi se pregunta cuántas "situaciones oruga" dejamos pasar o matamos antes de permitir que emerja la belleza potencial que encierran. Y cuántas "situaciones mariposa" nos perdemos por el camino, solo porque a priori nuestro ego nos hace caer en el miedo y en el juicio ante las cosas que nos suceden.

Mientras yo seguía agachada en mitad del carril bici, junto a las procesionarias, escuché cómo mi mente se apresuraba a objetar: Ya, claro, pero es que las orugas del jardín de Sergi eran diferentes.  No eran malvadas de verdad, porque se convertían en esas preciosas mariposas. ¡Estas orugas sí lo son! Estas, con esos cuerpos peludos y horribles, en lo único que se convierten es en una alergia monumental. ¡Son una plaga!

Disgustada, les hice una foto y seguí mi camino. Ya en casa, colgué la imagen en Instagram,  por aquello de la broma con el Jueves Santo y la procesión, y mientras lo hacía, no podía dejar de pensar en aquel encuentro. Menudos bichos curiosos. ¿Para qué querría la naturaleza que existieran, si son tan dañinos para las árboles, las personas y los animales? ¿Para qué? Hace tiempo que prefiero preguntarme "para qué" en lugar de "por qué", pero esa es otra historia... Y como suelo hacer cuando algo me inquieta, me puse a leer sobre ello. 

Encontré un montón de artículos en webs sobre ecología que alertaban del peligro que supone la oruga procesionaria. Efectivamente, se las califica de plaga, y casi toda la literatura disponible cuenta distintas maneras de acabar con ellas. Me llamó la atención el hecho de que todos los artículos están repletos de un vocabulario defensivo y muy beligerante: "luchar contra ellas", "acabar con ellas", "eliminarlas", "vencer la plaga"... Leyendo un poco más, me enteré de que también se convierten en mariposas. O mejor dicho, en polillas... Vamos, en mariposas feas. Así que aquellas orugas malvadas, efectivamente, ni siquiera tenían la función de embellecer jardines y parques. Más bien al contrario. ¿Para qué, entonces?, seguí preguntándome. Continué leyendo un poco más, intrigada, hasta que me topé con otro artículo que explicaba que su proliferación se debe precisamente al impacto humano en la naturaleza.

Resulta, y aquí viene lo interesante, que si la procesionaria ha progresado hasta el punto de ser considerada una plaga es porque los seres humanos hemos alterado el equilibrio del paisaje. Nos hemos cargado los bosques, vaya, y luego los hemos reforestado principalmente con pinos, desplazando así el bosque mediterráneo, que está compuesto de otras especies arbóreas que hace años coexistían en perfecto equilibrio. Al romperse este equilibrio, la naturaleza se empieza a alterar. Y nos habla. Nos grita. Y nos provoca urticaria para que reaccionemos, si hace falta.

Dicen los expertos que el mejor modo de "combatir la plaga" es hacer proliferar en los pinares insectos, aves y murciélagos que equilibran la presencia de la procesionaria de forma natural, y poco a poco, y esto es importante, recuperar la diversidad de árboles en el territorio.

Conclusión: si hay gusanos "feos" y urticantes es porque hemos dañado el bosque. Ergo, la procesionaria es una llamada de atención de la naturaleza para que dejemos de hacerlo y le pongamos remedio. He aquí la mariposa que yo estaba buscando: la plaga somos nosotros. La fila de gusanos y las bolas blancas en las copas de los pinos sirven para eso, para que nos demos cuenta. Y sin embargo, ponemos toda nuestra atención en echarle la culpa al bicho peludo. Porque es lo más sencillo, porque es lo evidente, es... lo que hemos aprendido. 

Podemos leer en Un curso de milagros que todos nuestros encuentros son sagrados. El mío con la amiga procesionaria me recordó, de nuevo, que luchar contra algo o contra alguien nunca es la solución, pues a menudo solo sirve para agudizar el conflicto. Como dice Yung Pueblo, un autor que me encanta y que pronto publicaremos en español:


Una de las grandes lecciones que la humanidad aprenderá en el siglo XXI será: 
Dañar a otro es dañarse a uno mismo.
Cuando te sanas a ti mismo, sanas al mundo.


Gracias por leer hasta aquí, ¡feliz Lunes de Pascua y feliz semana!


Comentarios

  1. Gracias por tu reflexión sobre las procesionarias. Me ha hecho pensar en Oscar Wilde, en Alan Turing y en tantas otras personas maravillosas e incomprendidas en su momento.

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  2. Hola! Me ha encantado este artículo 😍 sin duda expone lo "peligroso" que es el ser humano para la naturaleza. Yo he visto varias de esas y me han advertido, por ejemplo, de que mi perro no puede ni tan siquiera olisquearlas porque la reacción que le podría dar puede ser incluso mortal. Un saludo guapa, me ha gustado leerte 👋😊

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    1. ¡Hola, Janet! Es cierto, a los perros les despiertan mucha curiosidad y se pueden hacer mucho daño... Muchas gracias a ti por leer y por comentar. ¡Que tengas un día estupendo!

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